La violencia familiar es un fenómeno psicosocial
grave y complejo que está presente en todas las sociedades, sin
depender de su desarrollo ni de su cultura. Podemos considerarla como
la manifestación violenta más extendida en el mundo y
la que presenta más variedad de consecuencias que siempre son
muy difíciles de abordar. La violencia contra las mujeres, junto
con la de los niños/as y personas grandes, son las formas de
violencia más frecuentes en nuestro planeta.
No
hay explicaciones únicas, pero sí factores de riesgo de
conductas que empeoran o desencadenan la respuesta violenta.
Algunos de los factores de riesgo más importantes serían por
una parte, los valores y las actitudes sexistas, así como las
creencias estereotipadas interiorizadas sobre los hombres y las
mujeres, que tienen su origen en la cultura patriarcal. Y por otro
lado, tenemos la desigualdad de poder en nuestra sociedad, que
marca la pauta de las relaciones entre hombres y mujeres y la
desvalorización o desprecio de las contribuciones de las
mujeres y de lo femenino en general.
La
violencia de género no sólo recae en las mujeres, si no
también en todo aquello que represente los valores femeninos,
así podríamos hablar de violencia de género sobre un hombre
cuando su entorno no acepta en él rasgos femeninos,
obligándolo de esta manera a seguir los preceptos de
masculinidad tradicionalmente establecidos.
Este
origen social y cultural de la violencia de género, así como
su dependencia de los procesos de socialización es lo que
explica la necesidad de una acción preventiva con niños/as y
jóvenes para erradicarla. El objetivo básico es poder
introducir modificaciones en la socialización de género.
Una
posible vía de intervención es la creación de espacios donde
se promueva la reflexión crítica sobre dos de los aprendizajes
básicos en que se sustenta la violencia patriarcal: el
aprendizaje de las identidades masculina y femenina que
preparan a los niños para ejercer el poder y la autoridad, y a
las niñas para asumir la subordinación. I por otra parte, el
aprendizaje de los ideales del amor romántico, el modelo de
relación afectiva imperante en nuestra sociedad donde el amor
verdadero queda vinculado al sufrimiento, a las dificultades, a los
obstáculos imposibles y su superación como prueba de amor,
a la renuncia a la propia individualidad y la necesidad de fusión
y simbiosis.
Para construir
una sociedad igualitaria donde no haya ningún tipo de
discriminación, y donde las personas puedan desarrollarse
plenamente, hace falta revalorar las cualidades que se
transfieren y desarrollan en el proceso educativo, de forma que
determinados conocimientos, habilidades o actitudes que se
atribuyen a hombres y mujeres, no estén infravalorados ni
sobrevalorados por el hecho de pertenecer a uno u otro sexo.
La igualdad es tan necesaria como el respecte a la diferencia
que no se debe de silenciar ni jerarquizar.
Las
instituciones que formalmente o informalmente están
relacionadas con el mundo educativo (escuela, institutos, centros de
formación de adultos, etc.), después de la familia, son
las principales transmisoras de valores y estereotipos que acabarán
incidiendo en los roles que desarrollarán los diferentes miembros
de una familia, por eso es importante que dentro del sistema
educativo se implante la coeducación.
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